lunes, 23 de abril de 2012

Y entonces, llegaste tú

El 2010 fue un año peculiar, ya lo sabía yo nada más comenzar. Fue un año distinto a todos los demás y no precisamente porque ese año un pulpo nos augurara que íbamos a ser campeones mundiales en football, (que también).
Fue el año que me cambió. Me dí cuenta de que las tropecientas personas que me rodeaban por todos lados no eran más que gente de quita y pon, gente para salir de fiesta y nada más.
Me dí cuenta de que yo no era la mejor amiga de quien creía serlo. El concepto mejor amiga está sobrevalorado, hablando abiertamente no te agenciaste a la persona con la que yo estaba, no porque no quisiste, sino porque no tuviste la ocasión. Y sin embargo, yo no quería quitarme la venda de los ojos, será porque te quería demasiado.
Pero llegó un día que asumiendo mis propios errores, me la quité y me di cuenta de que eso no era amistad (es como cuando estás a dieta, y te comes una zanahoria haciéndote creer que es un bocata, puedes intentar engañarte, pero tarde o temprano tienes que aceptar que no dejará jamás de ser una zanahoria).
Creo que aún a estas alturas es probable que desconozcas la fuerza de esa palabra. Toda la vida has echo lo que has querido, y eso ha conllevado utilizar a muchas, muchas personas, incluida yo.
Aún me jode entristece recordar cómo escogiste, y no fue apoyarme a mí. Será porque era un momento único, muy duro y muy especial, yo estaba embarazada.
Yo fui capaz de ocultarte algo muy grande, y todo para no enturbiar tu estado de enamoramiento (ese en el que tanto sufriste, por primera vez en tu vida, y en que tanto, tanto te apoyé..). Tú me lo pagaste con una moneda en alza, dos guantazos con la mano bien abierta (si hubieran sido físicos, hubieran dolido menos).
Elegí, y preferí no vivir una mentira y por eso te alejé de mi vida, y sin embargo, es una de las cosas más duras que he hecho jamás. Me quedé sola, triste, y con el alma desnuda.
Afortunadamente, no estaba sola, esa era mi percepción, dado que la pena no me dejaba ver la luz, esa luz que siempre está ahí, y llegó en el momento justo, el más indicado, las primeras patadas, los primeros bailoteos y pisoteos de vejiga en mi interior. Ya no estaba sola, ni lo estaría nunca más.
No soy (ya) una persona rencorosa, y por eso necesitaba decirle adiós a esta pequeña espina que aún me pinchaba con su pico, y aunque no olvido, sí perdono. Es lo más importante para vivir en paz.

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